Formación Ética y Ciudadana
02/06/2016 01:43:39




Epicteto (en griego: Επίκτητος) (Hierápolis1 , 55 – Nicópolis, 135) fue un filósofo griego, de la escuela estoica, que vivió parte de su vida como esclavo en Roma. Hasta donde se sabe, no dejó obra escrita, pero de sus enseñanzas se conservan un Enchiridion (Ἐγχειρίδιον) o 'Manual', y en unos Discursos (Διατριβαί) editados por su discípulo Flavio Arriano.



Biografía

Epicteto nació en el año 55 en Hierápolis de Frigia (actualmente Pamukkale, en el sudoeste de Turquía), a unos 6 km. al norte de Laodicea. En su infancia llegó a Roma como esclavo del liberto Epafrodito, que a su vez había servido como esclavo del emperador Nerón;
a instancias de Epafrodito, estudió con el filósofo estoico Musonio Rufo.

La fecha de la manumisión de Epicteto es incierta; se sabe que alrededor del año 93 fue exiliado, junto con los restantes filósofos residentes en Roma, por el emperador Domiciano. Se trasladó a Nicópolis, en el noroeste griego, donde abrió su propia escuela, adonde concurrieron numerosos patricios romanos. Entre ellos se contaba Flavio Arriano, que llegaría a ser un respetado historiador bajo Adriano y conservaría el texto de las enseñanzas de su maestro. La fama de Epicteto fue grande, mereciendo —según Orígenes— más respeto en vida del que había gozado Platón.

Epicteto fundó su escuela en Nicópolis, a la que se dedicó plenamente, pues él, a imitación de Sócrates, uno de sus modelos, no escribió nada. Las enseñanzas de Epicteto tenían su base en las obras de los antiguos estoicos; se sabe que se aplicó a las tres ramas de la filosofía en la tradición de la Stoa, lógica, física y ética. Sin embargo, los textos que se conservan tratan casi exclusivamente de ética. Según ellos, el papel del filósofo y maestro estoico consistiría en vivir y predicar la vida contemplativa, centrada en la noción de eudaimonía ('felicidad'). La eudaimonía, según la doctrina estoica, sería un producto de la virtud, definida mediante la vida acorde a la razón. Además del autoconocimiento, la virtud de la razón estoica consiste en la ataraxia ('imperturbabilidad'), apatía ('desapasionamiento') y las eupatías ('buenos sentimientos'). El conocimiento de la propia naturaleza permitiría discernir aquello que el cuerpo y la vida en común exigen del individuo; la virtud consiste en no guiarse por las apariencias de las cosas, sino en guiarse para todo acto por la motivación de actuar racional y benevolentemente, y, sobre todo, aceptando el destino individual tal como ha sido predeterminado por Dios.

Entre lo poco que se conoce de la física de Epicteto está su noción de la naturaleza de la inteligencia, a la que consideraba —de manera materialista— una penetración del cuerpo intangible de dios en la materia. Todos los seres participarían de la naturaleza divina, en cuanto ésta es la que impone las formas esenciales al caos de la materia; la racionalidad del hombre le permitiría una forma más alta, autoconsciente de participación. Uno de los puntos en los que Epicteto hace más hincapié es en la idea de que el estudio de la filosofía «no es un fin en sí mismo, sino un medio necesario para aprender a vivir conforme a la naturaleza». Epicteto confía en que sus discípulos aprendan por encima de todo, a comportarse de acuerdo a los principios que estudian, es decir, distinguiendo lo que depende del albedrío de lo que no depende de él, y actuando en consecuencia, preocupándose por lo primero y despreciando lo segundo.




Filosofía

Epicteto, más que un filósofo, fue un moralista, volcado más en la práctica que en la teoría y pensaba, por ejemplo, que donde el hombre debía probar su valía era en la vida cotidiana, en el contraste con la realidad. Él trató de ofrecer a sus discípulos un camino adecuado para alcanzar la felicidad personal. Solamente si hacemos lo correcto se puede alcanzar una vida plena y feliz. Pero, ¿cómo sabemos qué es lo correcto? Tenemos que aprender a distinguir qué es lo que podemos cambiar, y de esta forma saber en qué se puede mejorar. Pero hay muchas cosas que no podemos cambiar, entonces, no nos queda más que aceptarlas. Aprendiendo a aceptarlas seremos felices, pero también debemos hacer un buen uso de las «representaciones» o las ideas y así distinguir lo que es útil de lo que no lo es.

Los seres vivos venimos al mundo con capacidad de formarnos representaciones o ideas sobre la realidad que nos rodea. Estas representaciones pueden provocar en nosotros el deseo o el rechazo, el impulso o la repulsión, la negación o la suspensión del juicio. De este modo, «el objetivo de la filosofía consiste en enseñar a los hombres a hacer un uso correcto de las representaciones». El bien y el mal afectan a la parte más importante, mejor y más noble del ser humano: el albedrío, que es la capacidad de elección que tiene cada ser humano. Para realizar buenas elecciones, Epicteto decía que había que aprender a distinguir entre los bienes verdaderos (tener deseos, sentir impulsos y aceptar o negar racionalmente de acuerdo con el bien del albedrío) y los bienes aparentes (salud, riquezas, posición social, etc.).

Epicteto propuso dos modelos: Sócrates y Diógenes. Para él, estos dos personajes representan el modelo del sabio estoico, conocedor de la verdad, imperturbable, siempre acertado en sus juicios y sus comportamientos, modelos que Epicteto se consideró incapaz de alcanzar y que difícilmente alcanzarían sus discípulos.





Disertaciones

1. ¿Qué depende de nosotros? Los dioses hicieron que dependiese sólo de nosotros lo más poderoso de todo y lo que dominaba lo demás: el uso correcto de las representaciones, mientras lo demás no depende de nosotros. La capacidad de impulso y repulsión, de deseo y de rechazo, y, en pocas palabras, la de servirte de las representaciones; si te ocupas de ella y cifras en ella tú también, nunca hallarás impedimentos ni tropezarás con trabas, ni te angustiarás ni harás reproches ni adularás a nadie.

2. Lo único insoportable para el ser racional es lo irracional, pero lo razonable se puede soportar. Para juzgar lo razonable y lo irracional cada uno de nosotros nos servimos no sólo del valor de las cosas externas, sino también del valor de nuestra dignidad personal. Eres tú quien te conoces a ti mismo, quien sabe cuánto vales para ti mismo y en cuánto te vendes; cada uno se vende por un precio.

3. En última instancia, procedemos de la divinidad y la divinidad es el padre de los dioses y los hombres. Puesto que es necesario que todo hombre se sirva de cada cosa de acuerdo con la idea que se haya formado de ella, aquellos pocos, los que creen haber nacido para la felicidad, para el respeto y para la seguridad en el uso de las representaciones, no tienen ninguna idea vil o innoble sobre sí mismos, pero la mayoría tiene las ideas contrarias.





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